Desde hace varias décadas, las tasas de cáncer de mama han
aumentado más rápidamente en los países ricos que en los pobres. Los
científicos empiezan a conocer más acerca de sus causas, pero aún quedan muchos
interrogantes por despejar. Informe de Patrick Adams.
Hace casi 40 años, Betty Ford, a la sazón primera dama de
los Estados Unidos, anunció públicamente que le habían diagnosticado un cáncer
de mama y por ello se sometería a una mastectomía radical para extirpar el
tumor. La valerosa decisión de la señora Ford de dar a conocer públicamente el
diagnóstico rompió el silencio que rodeaba a esa enfermedad y motivó que
millones de mujeres se hicieran el tamizaje. Gracias a ello, las tasas de
detección aumentaron claramente en ese país. Los investigadores bautizaron el
fenómeno como «la señal luminosa de Betty Ford».
Por el contrario, las tasas ascendentes de cáncer de mama
que se han observado en los Estados Unidos y otros países prósperos en las tres
décadas pasadas no se pueden explicar únicamente por el aumento de la
concientización y el tamizaje. Aunque se ha demostrado que los genes BRCA1 y
BRCA2 aumentan extraordinariamente el riesgo de que una mujer llegue a padecer
el cáncer mamario en algún momento de la vida, se cree que menos de un 10% de
los casos ocurren en mujeres con estas mutaciones hereditarias.
Aún queda por demostrar si existen otras formas de cáncer
hereditario. La mayoría de estos tumores aparecen en mujeres que no presentan
factores hereditarios de riesgo conocidos, lo que lleva a los científicos a
conjeturar qué sucede.
¿Qué factores del modo de vida de las mujeres de los países
desarrollados acrecientan las probabilidades de que sufran esta enfermedad por
comparación con las mujeres del sureste asiático y África, donde en general la
incidencia es cinco veces menor?
¿Es posible que la discrepancia se explique, al menos en
parte, porque las tasas de detección del cáncer de mama son inferiores en los
países pobres y que la prevalencia real sea mucho más alta de lo que indican
los datos recopilados?
«No es que algunos grupos de población sean inmunes a la
enfermedad por motivos genéticos», declara el doctor Tim Key, epidemiólogo y
experto en cáncer de la Universidad de Oxford, «porque sabemos que cuando las
personas de países pobres se mudan a países ricos, en una o dos generaciones
tienen las mismas tasas del nuevo país. Hay algo en el modo de vida de las
personas.»
Es claro que algo tienen que ver la obesidad y el consumo de
alcohol, afirma el doctor Key. «En las mujeres obesas las concentraciones
sanguíneas de estrógenos están elevadas porque los adipocitos elaboran esta
hormona», que estimula el crecimiento de la mayor parte de los tumores
mamarios. El alcohol también eleva las concentraciones sanguíneas de la
hormona, y ese podría ser el mecanismo por el cual aumenta el riesgo de cáncer
de mama. Además, varios estudios recientes han demostrado que la actividad
física puede disminuir el riesgo gracias a la disminución del peso y por otros
mecanismos.
Por lo que toca al modo de vida, la reproducción puede
arrojar más luz sobre las variaciones mundiales del riesgo de cáncer de mama.
«Las tasas son bajas en partes de África porque las mujeres empiezan a tener
hijos cuando son muy jóvenes, tienen varios y los amamantan por un tiempo más
prolongado», explica el doctor Key. Agrega que las tasas más bajas pueden
explicarse, en parte, por cambios estructurales del tejido mamario y una
disminución del número de células madre. Pero también es probable que tener
hijos disminuya el riesgo porque reduce la exposición de la mujer a los
estrógenos.
«Cuantos más ciclos menstruales tiene la mujer en su vida,
mayor es el riesgo de cáncer de mama», puntualiza el doctor Philip Landrigan,
pediatra y epidemiólogo del Centro Médico Mount Sinai, en Nueva York, y uno de
los mayores expertos en los efectos de la exposición a los peligros del medio
ambiente. «Cada vez que una mujer se embaraza, deja de tener nueve o diez
ciclos menstruales. Y como sabemos que las mujeres que empiezan antes la
pubertad tienen más ciclos, nos preocupa mucho que las chicas están entrando en
la pubertad uno dos años antes que hace una generación.»
Una parte de la culpa, comenta el doctor Landrigan, se puede
achacar a la alimentación; se ha comprobado que las chicas con sobrepeso u
obesidad tienden a entrar más temprano en la pubertad.
El tratamiento de reposición hormonal y los anticonceptivos
orales, ambos fuente de estrógenos, también son factores de riesgo de cáncer de
mama.
Al doctor Landrigan y otros científicos les preocupan en
particular las sustancias denominadas compuestos que alteran el sistema
endocrino (EDC por la sigla en inglés). Estos compuestos se encuentran en
muchas cosas —desodorantes, protectores solares, cosméticos, materiales de
embalaje, plaguicidas y prótesis dentales— y se ha comprobado que simulan,
amplifican, alteran e incluso bloquean los efectos de los estrógenos, hormonas
que, entre otras cosas, regulan la secuencia y el momento del desarrollo de las
mamas.
Los efectos de los EDC en la salud humana han sido motivo de
controversia desde que la devastación ambiental ocasionada por el DDT se hizo
patente hace 50 años y este insecticida fue prohibido en muchos países. Pero
los datos epidemiológicos con respecto al efecto del DDT en el riesgo de cáncer
de mama son contradictorios.
«Este es uno de los problemas en el vasto campo de
identificación de carcinógenos», sostiene el doctor Kurt Straif, epidemiólogo
del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), de la OMS,
y director de la serie de monografías que se viene publicando desde hace mucho
tiempo acerca de la evaluación de los riesgos carcinógenos para los seres
humanos, y que representa el catálogo más completo en su tipo de todo el mundo.
«De ordinario, la prueba más sólida de que algo causa cáncer
en los seres humanos proviene de los estudios epidemiológicos en que se
demuestra una relación causal entre la exposición de seres humanos y la
aparición de cáncer en ellos. Teniendo en cuenta el prolongado periodo de
latencia de algunos cánceres, bien puede ocurrir que no haya indicios del
aumento del riesgo de cáncer en los primeros 20 años que siguen a la
exposición.» De hecho, esta importante limitación es común a la mayor parte de
la treintena de estudios sobre el DDT y el riesgo de cáncer de mama, y ello
incluye la comparación de muestras tisulares quirúrgicas de casos y testigos,
los estudios prospectivos con un seguimiento inferior a los 14 años o los
estudios retrospectivos que se basan en muestras de suero obtenidas de mujeres
de edad madura o mayores.
En 2007, la doctora Barbara Cohn y colegas, del proyecto
Estudio de la Salud y el Desarrollo Infantiles, del Instituto de Salud Pública,
publicaron los resultados de un estudio en el que se analizaron muestras
sanguíneas de mujeres jóvenes recogidas entre 1959 y 1967, durante la época de
mayor uso del DDT en los Estados Unidos. Se comprobó que la exposición al DDT
durante la niñez y el comienzo de la adolescencia se acompañaba de un aumento
al quíntuple del riesgo de contraer cáncer de mama antes de los 50 años de
edad.
«Esto es realmente importante», opina el doctor Landrigan,
cuyas investigaciones acerca de la exposición de los niños al plomo en los
Estados Unidos sentaron las bases científicas de la prohibición por el gobierno
federal del uso de plomo en las pinturas en los años setenta, y su eliminación
definitiva de la gasolina. «Es una investigación que marca un hito. Sabemos por
los estudios de toxicología en animales que muchas sustancias químicas aumentan
el riesgo de cáncer de mama en ellos. Pero esta es una de las primeras
demostraciones realmente sólidas de que esto sucede en los seres humanos.»
Un cuadro de expertos de la OMS examinó varios estudios,
incluido el de Cohn y colaboradores, y en el informe de 2011, DDT in indoor
residual spraying: human health aspects, llegaron a la conclusión de que la
exposición al DDT «no se asociaba en general con el cáncer de mama». «Hay
algunos estudios positivos, pero son superados por un número abrumador de
estudios negativos», se señaló.
Ninguno de los estudios se llevó a cabo en las zonas del
África subsahariana y Asia donde el paludismo es endémico y el rociamiento de
DDT se ha practicado ampliamente para destruir el mosquito vector.
«Hay pruebas más sólidas de que el trabajo que entraña
cambios de turno que trastornan el ritmo circadiano es un factor de riesgo de
contraer cáncer de mama que de sustancias químicas que ejerzan este efecto»,
dice el doctor Straif del CIIC.
El trabajo por cambios de turno que entraña el trastorno del
ciclo circadiano y los periodos normales de sueño está clasificado actualmente
como un carcinógeno 2A por el CIIC, lo cual significa que probablemente sea un
factor carcinógeno para los seres humanos.
Este vínculo se vio reforzado por estudios publicados en fecha
reciente que apoyan una relación causal; el especialista comenta: «Habida
cuenta de la prevalencia del trabajo con cambios de turno en las sociedades
modernas, podría ser este un factor de riesgo importante desde el punto de
vista de la población».
En opinión del doctor Key, de la Universidad de Oxford: «Los
compuestos como el DDT podrían ser importantes, pero esto no se demostrado.
Hacen falta más investigaciones. A las mujeres que quieren reducir su riesgo
individual se les puede aconsejar que controlen dos cosas que definitivamente
marcarán la diferencia: reducir el peso corporal y el consumo de alcohol.»
A pesar de todo, el Breast Cancer Fund y otros activistas
están pidiendo que la reglamentación de las sustancias en los Estados Unidos se
ciña a un criterio de precaución y aducen que no se destinan fondos suficientes
a las investigaciones para hallar maneras de prevenir el cáncer de mama.
«La mayor parte de los fondos se destinan a buscar una
cura», dice la doctora Janet Gray, autora principal de State of the evidence
ediciones de 2008 y 2010, un informe muy completo publicado por el Breast
Cancer Fund, un grupo de promoción con sede en San Francisco.
«Quiero encontrar una cura. Pero preferiría prevenir la
enfermedad cuando ello sea posible», manifiesta la doctora Gray, y agrega: «Es
absolutamente decisivo que empecemos a considerar los vínculos entre la
exposición a sustancias químicas presentes en el ambiente y las enfermedades
como una cuestión de salud pública. El objetivo sería disminuir la exposición y
prevenir la aparición de enfermedades.»
Fuente: Organización Mundial de la Salud
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