Entre el 5 y el 10% sufre este trastorno que genera fracaso
escolar. Deberán recibir una atención especializada.
El próximo jueves 27 se presentará en el Congreso un
proyecto de ley para garantizar la educación a los estudiantes que padecen
dislexia, un trastorno de base neurobiológica que impide la adquisición de la
lectura en forma fluida y automatizada.
Según distintas investigaciones, entre el 5 y el 10% de la
población sufre dislexia; un estudio de la Universidad del Litoral concluyó que
el porcentaje asciende al 15%. En la mayoría de las aulas argentinas hay uno o
dos chicos disléxicos, cuyo aprendizaje se ve seriamente afectado.
“Es un trastorno con raíces genéticas y neurobiológicas”,
explica Gustavo Abichacra, pediatra y presidente de Disfam (Dislexia y
Familia). Algunos síntomas: omisiones, inversiones, sustituciones o adiciones
de letras en la lectura o escritura, faltas de ortografía en palabras
frecuentes.
El proyecto de Ley sobre Dificultades Específicas del
Aprendizaje (DEA) abarca no solo la dislexia, sino trastornos afines como la
disgrafia (dificultades de escritura) y la discalculia (dificultades para los
cálculos). Surgió de Disfam y será presentado en el Congreso por la senadora
bonaerense María Laura Leguizamón (FPV). La norma prevé que los alumnos con DEA
reciban un “abordaje integral e interdisciplinario”, exige una “detección
temprana de las necesidades educativas” de estos chicos y establece un sistema
de capacitación para que los docentes sepan cómo adaptar la currícula para
ellos. También determina que las obras sociales y prepagas cubran los
tratamientos.
Países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia,
Suecia, Italia, España, Chile y Uruguay, entre otros, tienen leyes que
contemplan los derechos educativos de los disléxicos desde hace años. En la
Argentina, solo existe una resolución pionera en la provincia de Buenos Aires, aprobada
en 2013 e impulsada también por Disfam.
Testimonio
"La detección precoz es clave”
Los dos hijos de Mónica Cardozo, Catalina (15) y Tomás (10),
padecen dislexia. “Catalina leía de manera muy pausada. No hilaba bien las
palabras, o inventaba los finales de las oraciones. En tercer grado el
diagnóstico arrojó que era disléxica. No nos habíamos dado cuenta porque en 1°
y 2° grado, Cata había memorizado todos los textos que le habían dado para
leer: hizo un esfuerzo terrible”, cuenta Mónica, y subraya que un diagnóstico
temprano es crucial. En las escuelas de los chicos fueron receptivos y entendieron
que las adaptaciones curriculares (anticipar los textos que se verán en clase,
evaluar oralmente o agrandar la letra de los materiales) no implican “darles
ventaja” a estos alumnos, sino garantizarles las mismas oportunidades.
Fuente: Clarín
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